ILUSION EXPEDICIONARIA
¡Al aire¡, sale columna o programa, hablar es fácil, crear un personaje no tanto y sostenerlo menos, hago radio, hago esto mientras recuerdos frescos de la última expedición ocupan mi memoria.
Actualmente, en las montañas, es evidente la ausencia de las tradicionales
expediciones de montañeros. La falta de interés en proyectos que no sean
excursiones seguras y controladas, la búsqueda de resultados rápidos o
inmediatos y una marcada declinación de la voluntad de tomar riesgos, imponen
una nueva realidad a estas actividades. Ha llegado la sanitización del
alpinismo por ponerle un nombre actualizado.
Como no queda mucho por explorar, la aventura, ese viaje que se sabe cuándo
empieza pero nunca cuándo ni cómo termina, se ha convertido en una elección,
una opción en la se debe dejar de lado, medios, tecnología e información. En
contraste existe un segmento bien desarrollado de empresas de turismo activo
que casi pueden cumplir con una promesa de riesgo cero, en la mayor parte de
las montañas del mundo. También es cierto que la actividad de ascenso y mucho
más la escalada, han evolucionado de manera exponencial desde el punto de vista
motriz, nuevas interpretaciones a la luz de la ciencia del deporte las han ido
separando de la bohemia, de los mapas amarillentos y de las pipas humeantes de
tabaco fumado en exquisitos y extravagantes clubes de exploradores. Para bien o
para mal, en nuestro club, estamos mucho más cerca de lo conocido
convencionalmente como deporte que otra cosa, es que institucionalmente es más
fácil mensurar los tiempos, las alturas, dificultades y pulsaciones que las
sutilezas y subjetividades de la vivencia espiritual y reveladora montañera.
Teniendo en cuenta que es complicado justificar la razón de existir de estas
actividades, que incluyen esfuerzos, gastos, privaciones y riesgos sin muchas
más razones que satisfacer el ego de personas que, además, ocasionalmente nos
sentimos muy especiales, porque invertimos en largos traslados en: aviones,
camionetas y/o mulas o caballos y también sostenemos la producción de millones
de objetos de toda clase para satisfacer un mercado numéricamente creciente, cada
vez más exigente y como consecuencia de todo esto: clubes, agencias,
particulares independientes y otros, desarrollan con esfuerzo y creatividad
creciente “el producto montaña” consolidando un mensaje publicitario y las
condiciones intelectuales, materiales y logísticas para llenar las montañas de
clientes ávidos de experiencias confortables y seguras, este conglomerado
cultural y comercial crece a la par del sistema de producción y consumo global,
dejando su huella en los rincones más remotos del mundo, todo legitimado por el
merecido disfrute, el lucro, las posibilidades laborales y la generación de
recursos que son argumentos válidos para todas las intervenciones que hacen
distintos grupos en las montañas, algunos con objetivos más prácticos,
concretos y útiles como criar ganado, construir obras de regadío o extraer
minerales. Sus trabajos, en todos los casos, generan frutos que se derraman en
un beneficio para millones de personas, el montañismo es un poco menos
productivo en términos económicos.
Nosotros cada año nos entrenamos con un programa sistemático, intenso y
especifico, para ello convocamos a los deportistas vinculados a la Asociación
para ser parte de un test y a partir a allí elaborar y poner en práctica un
programa anual, dentro del que hay unos requerimientos de desnivel positivo que
implican que los participantes concurran a algunas montañas en las cuales
pueden completar ese requerimiento, lo implementamos desde hace cuatro años y
los logros están a la vista con buenos resultados, aunque en 2020 todo se
complicó, cuarentena de por medio completamos algunos test, tuvimos muchas
dificultades para hacer el seguimiento, pocas posibilidades de salir a las
montañas y un decaimiento significativo del estado de ánimo y la motivación,
hicieron que el grupo se diluya, que unos cuantos abandonen, muchos busquen
otras alternativas deportivas y de a poco fuimos quedando solo los más
entusiasmados, como pasa siempre, pero esta vez debimos superar muchas más
dificultades porque tuvimos que entrenar como pudimos, a veces en modo stealth,
escondidos como delincuentes, otras escapando de la burbuja barrial para ir a
más quinientos metros de nuestras casas, el muro cerrado por varios meses, los
impedimentos para reunirnos, varios nos quedamos sin ingresos o los vimos
mermar de manera alarmante, las peripecia financieras institucionales y el
legitimo miedo que se desprendía de una campaña nunca antes vista. Hicimos lo
que pudimos y pusimos en marcha el plan de entrenamiento ROpEx de forma más
simbólica que real.
Nos habíamos puesto como objetivo de cierre, el “fondo extremo” una expedición
360 al Aconcagua y al fin, el gobierno de Mendoza decidió no permitir el acceso
a esa montaña, por cuestiones sanitarias y para protección de los montañistas.
Sin eso, en octubre, un poco tarde, pusimos la esperanza en los andes de San
Juan, creamos así: “La ramada expedición” con un ambicioso objetivo de ascender
tres seismiles en veinte días, La Ramada, Alma Negra y Mesa.
Esa decisión puso norte a nuestros esfuerzos y trajo motivación a los
entrenamientos, hasta hicimos unos intentos de encontrar sponsor y como acto
casi chamánico el 31 de diciembre entrenamos y nos despedimos tomando cerveza
como forma de dar por concluido un año muy problemático, patético, que nos dejó
un montón de problemas para este, pero se terminaba al menos, un almanaque, ese
día.
Nos reunimos varias veces, salimos a practicar algunas cosas, no pudimos ir
mucho a las montañas, una compañera del equipo, Gaby, debió cancelar su
participación por problemas de salud de último momento. Finalmente el 16 de
enero, temprano, salimos para San Juan, unos mil doscientos kilómetros con una
escala en Mendoza y desde allí a Barreal de paso por Uspallata. Una vez en
marcha, los diez que viajábamos compartíamos sensaciones extrañas, cierta
incredulidad, alegría, liberación, sentido de fantasía y angustia frente a las
dificultades y controles que auguraba el camino, la montaña aun estaba muy
lejos, la ruta nos regalaba muchas sorpresas, nos detuvimos un par de veces y
de a poco nos acercábamos.
En tres vehículos, Pocho, Sandra y Santi en una camioneta con caja, Angelito,
mi compadre, Lea y Tear en una Duster y Euge, Juli, Emir y yo en el RAV 4 de
Euge. A media tarde nos detuvimos bajo el arco de bienvenida a Barreal, el 17
de enero de 2021 con temperatura agradable y sin reservas. Primero miramos las
montañas nevadas que se elevaban sobre el piso reseco y pedregoso de esa región
azotada por un sol tan luminoso como implacable. Buscamos y rápidamente
encontramos un hostel con un patio, sombra y estacionamiento. Bajamos la carga
de los vehículos, con unas latas de cerveza hicimos más confortable la
organización del equipo y la preparación de los bultos para las mulas, llamamos
a Jonatán, el hombre de las mulas, ya que necesitaríamos varias para llevar
nuestra comida y equipos al campo base llamado Pirca de Polacos en el valle del
Colorado Superior, llamado así por haber acampado allí la expedición de Víctor
Ostrowski en 1934. El plan era ir en vehículo pasando por el puesto de
Gendarmeria General Álvarez Condarco, de allí a Las Hornillas y continuar por
un camino minero que nos dejaría cerca de la curva más importante del rio
Colorado, desde ese punto empezaríamos la marcha alcanzando rápidamente un
lugar conocido como Los Corredores, estábamos a medias convencidos porque nos
habían hablado de lo complicada de esa sección de camino.
Nos saludamos, todo quedó arreglado rápido y tuve la impresionante sorpresa de
saber que este joven arriero era el nieto de Don Peluncho Tello, a quien en una
nota que escribí en enero de 1989, a mi regreso del ascenso de la Sur del
Mercedario junto a Yves Haenggi, llamé: “una leyenda con sombrero”, aquel
hombre gaucho por donde se lo mire, precedido por alguna reputación secreta que
espantaba a mucha gente, fue nuestro soporte en la aproximación hecha en
tiempos muy diferentes, el turismo activo aun no arribaba a estas latitudes,
los glaciares alcanzaban alturas mucho menores, era más probable encontrarse
con cazadores de guacos que con montañistas, nosotros éramos jóvenes y
apuestos, más fuertes, más ambiciosos y con muchísimos proyectos. Para mi
particularmente era el comienzo de unos de los años más conmovedores de mi
vida, me imaginaba lo que venía y por eso aprovechaba cada hora al máximo.
Enero de 1989, era el primer acto de una de esas debacles socioeconómicas que
asolan estas tierras sureñas desde tiempos inmemoriales, escaseaba la plata, la
energía eléctrica, abundaban los paros y se anunciaba una tormenta de
proporciones bíblicas. Recibimos la valiosa y desinteresada asistencia del Club
Andino Mercedario que nos permitió dormir en su sede sin costo alguno, así
pudimos instalarnos dos días en San Juan para comprar los insumos y tratar
infructuosamente de contratar las mulas para la aproximación, el presupuesto
que nos dio un señor de dos apellidos, que no recuerdo, pero que sonaban a
tiempos de la independencia nos asustó y decidimos partir con la esperanza de
conseguir algo en Barreal, sobre todo, porque los montañistas del club que
conocimos, nos dieron algunos datos, entre ellos el nombre de Don Peluncho.
Aquella vez llegamos a Barreal en colectivo con escalda el Calingasta, una vez
instalados en el camping municipal no nos costó encontrarlo, su nombre estaba
adherido a muchos signos de exclamación, algo así como: ¡¡¡ Don Peluncho Tello
¡¡¡¡¡ acompañado de unas miradas al cielo de los interrogados. El hombre era
una figura en un pueblo bastante inaccesible de no más de mil habitantes. Un
accidente con el caballo en la avenida principal, su paso por el cine como
extra de algunos westerns que se filmaron allí, aprovechando el paisaje
desértico que va de la Pampa del Leoncito al pie de las montañas, su figura
esbelta, sus ojos claros y sus habilidades de jinete de las ligas superiores,
todo eso lo hacía una celebridad, pero quedaba algo que no estaba completamente
claro para nosotros y no nos atrevíamos a preguntar por simple discreción de
forasteros. Nos pusimos de acuerdo con él, acordamos precio y lugar de reunión
en Las Hornillas y una mañana de madrugada partimos en una camioneta de fletes
para esperarlo en el lugar indicado a donde llego al caer la tarde con su caballo,
dos mulas y el perro Jonny, que casi pierde el cuero cuando osó intentar robar
un chorizo de la parrilla. La aproximación repleta de anécdotas y comentarios
inolvidables como cuando uno de nosotros dijo: “que hambre tengo” y Peluncho
acomodándose la bolsa del ano contra natura sentencio: “hambre se siente recién
después de tres días de no comer” o “frio; frio hizo en el paso - nombre
olvidado por mi – cuando nevó y en una sola noche se nos murieron once
caballos” como comentario a nuestras alusiones que se estaba poniendo fresco.
Estábamos al lado de un gaucho genuino que manejaba el lazo con maestría, había
enlazado a un italiano que se lo llevaba el rio Colorado unas temporadas antes,
lo contó acotando al final del comentario, “no entiendo la gente que sale a
penar por ahí”, haciendo una alusión a los que no están bien preparados para
esas situaciones. Dominaba todas las artes del arriero y también era un gran
domador. Por lo de demás, fue una expedición con un terremoto al iniciar el
ascenso un viernes de enero, un ascenso formidable y más cosas que son parte de
otra historia. Finalmente, fue Jonatán quien me dio la información que
necesitaba para dejar las especulaciones hechas con Yves y entender finalmente,
pasados más de treinta años, las exclamaciones y las miradas al Altísimo de los
viandantes y vecinos de Barreal, que en el interior de sus casas de barro,
donde se cocina pan casero, semitas y se comparten viejas historias, murmuraban
que el éxito de Peluncho, que no temía a la noche, ni a las tormentas, que
había pasado arreos por quebradas imposibles y que hasta los hombres de
Hollywood admiraron, se debía, ni más ni menos que un pacto con el Diablo, he
ahí el respetuoso recelo que causaba solo el pronunciar su nombre. Esto me
pareció bastante familiar y genial. Más aun, saber que aun estaba viva esa
leyenda con sombrero me trajo una reconfortante sensación.
Me contó que su abuelo había perdido la vista y que ya anciano era cuidado por
sus familiares, le prometí fotos y un relato para que comparta con él, después
le mostré nuestros transportes y cuando Jonatán los vio, ninguno 4x4, su mirada
fue tan elocuente que dio por concluida la idea del camino minero, por lo tanto
optamos por ir a Santa Ana. El cambio de planes no era significativo y
estábamos allí por una aventura así que lo asimilamos como parte de lo
imprevisible que integra estos eventos.
Nos preparamos el desayuno y salimos a media mañana, avanzamos por caminos de
tierra muy bellos y desafiantes, nos costó encontrar el puesto de Gendarmería
porque nos pasamos de largo y debimos vadear dos veces el mismo rio, el Blanco,
de ida y vuelta, unos mineros cuyo aspecto nos dio mucha confianza, recias
camionetas, barbas tupidas y mirada segura nos mandaron a dar la vuelta por el
Mercedario para llegar a nuestro destino, suerte que no le hicimos caso o aun
estaríamos caminando, “penando” como diría don Peluncho, así que volvimos, otro
joven que acompañaba unas maquinas viales nos confirmó que habíamos pasado de
largo y nos dijo que íbamos con buen rumbo. Fuimos por la costa Este del rio
Colorado y después de transitar por el camino, cuya superficie claramente no es
la de un villar, enfrentamos el último vado, el del Colorado con su agua
tronante y amenazante, lo encaré con la RAV-4 que tiene tracción delantera, de
acompañante Euge con expresión preocupada, consideraciones de propietaria. Como
tiene caja automática, puse la palanca en un punto identificado con una “L”,
aceleré, el agua bañó el capot, golpeo en las piedras del fondo del rio, no soy
un experto en estos temas pero lo hicimos bien, estábamos al otro lado y uno a uno
pasamos los tres vehículos. El puesto de Santa Ana es un oasis en el más
estricto sentido de la palabra, álamos y sauces interrumpiendo el marón austero
de las sequedades que definen estéticamente a la cordillera de los Andes
centrales, ese puesto es una avanzada de la Gendarmería y en sus alrededores
pastan las mulas con las que los miembros de la fuerza recorren los caminos
quebrados de la frontera con Chile. Estacionamos con muchas dificultades porque
el piso estaba inundado, nos bajamos, nos embarramos, nos resbalamos y después entramos
a las instalaciones. Saludamos, nos recibieron dos gendarmes muy hospitalarios,
nos presentamos y contamos nuestros planes; ellos, con la pericia de la gente
de está educada para controlar gente, indagaron discretamente, cosa que se
agradece, nuestras capacidades de operar en esos terrenos, las respuestas
fueron satisfactorias y pasamos a escuchar la naturaleza y contenido de una
declaración jurada, después, cada uno de nosotros firmó el deslinde de
responsabilidad y aviso de cuanto podíamos encontrar en esas montañas.
Particularmente estoy de acuerdo con los criterios de exigir responsabilidad,
porque sin responsabilizarse no se puede aspirar a la libertad de acción,
entonces lo teníamos bien claro; de allí para adelante contábamos con su
asistencia, porque en ningún momento nos negaron eso, pero éramos absolutamente
responsables de cuidarnos lo más posible y ser cautelosos en nuestras
decisiones, además de unas cuantas recomendaciones de medio ambiente y
patrimonio cultural.
Estacionamos los coches en un lugar que no estorben, nos despedimos de los
gendarmes, de Jonatán que saldría al otro día, cargamos las mochilas y
empezamos a caminar bajo el sol abrazante del paralelo 31° S. Empezar siempre
es difícil, después de casi un año sin actividad comprometida de montaña más
difícil, hay que acomodar el paso, la carga y soportar las correas de las
mochilas, tomó tiempo y dolió un poco. Costaba y gustaba a la vez, de a poco
fuimos ingresando en el universo algo fantástico de una expedición. Dejando
atrás lo que cada día nos ocupa, al menos, postergamos lo que nos preocupa,
empezamos a pensar en otros problemas, como cruzar el rio, donde dormir,
evaluamos el color de las nubes que cubrían el fondo del valle, preguntándonos:
lloverá o no lloverá?, el agua de este río de leche chocolatada la deberemos
tomar?. Todos los de la expe, excepto Eugenia, éramos más bien expertos, todos
incluyendo a Juli que a sus 19 años ya ha participado en varias expediciones y
un enero antes había alcanzado, en una sola expe la cumbre del Plata y del
Aconcagua, pero por repetida que sea la experiencia, igual uno se pregunta
cosas y necesita un rato, unas horas o un día para encontrar su ritmo, su punto
de conexión.
Cruzamos el rio, el agua fría fue un aliento para las piernas, caminamos
tropezando con piedras de todo tamaño, luego siguieron unos pajonales y
caminamos sobre hierba, marchábamos todos juntos, me acordaba de la expedición
del año anterior en El Plata y Aconcagua, con Emir y Juli, ellos dos eran mi
equipo en esa actividad y aquí también estaba Pocho que había formado parte de
otro equipo que hace un año estaban muy bien delimitados, cada cual moviéndose
a su ritmo y horario, nos llamaba a atención que este año ni siquiera había una
nomina estricta, estábamos como todos juntos aunque habíamos aclarado que
debíamos estar organizados de a pocos y que nos esperaríamos, el ritmo seria el
que cada equipo eligiese o pudiese mantener. Pensábamos como cumpliríamos con
esto en estas condiciones. El río tronaba, sonaban las piedras que se
arrastraban sobre el fondo como un derrumbe. A las siete horas de marcha el
sendero se encaramaba en unas piedras en la zona conocida como Los Chacayes y
allí decidimos pasar la noche en un vivac que en esta ocasión sería bajo las
nubes porque estaba lloviznando de a ratos. Cenamos y nos acostamos bajo unas
telas impermeables, apretados para no quedar expuestos a las gotitas que caían
con cierta parsimonia porque no era una lluvia intensa. Miré para un costado por
debajo de la tela y encendí una video cámara chiquita, hice una imagen y
después me dormí. En un momento soñaba que estaba durmiendo en una quebrada y
que se producía un temblor, pensaba en el sueño que se desmoronaban piedras muy
grandes y concluía que era momento de morir por lo que debía relajarme y
continuar con mi descanso, pero una voces me despertaron y ni bien desperté
sentí que el piso se movía bajo la mano que tenia apoyada tratando de
levantarme, unos alumbraban y Emir se incorporó preguntando si había un puma.
El asombro estaba estampado en nuestros rostros, efectivamente había temblado,
charlamos un poco sobre el asunto pero teníamos que seguir durmiendo.
Empezamos bien el segundo día, desayuno e inmediatamente cruce del rio, bajo el
sol radiante, el agua que alcanzaba la cintura de los más chiquitos, parecía un
descanso, al poco rato cruzamos una vez más y luego de caminar por unas
pendientes muy fuertes, perpendicularmente claro, que es muy incomodo, volvimos
a cruzar ayudados por el Cabo Primero Parra que había acompañado a Jonatán con
las mulas. En los cruces, el agua empuja fuerte y el piso es muy irregular,
inestable e invisible a través del agua colorada, Jorge seguramente el que más
experiencia tiene en cuestiones de ríos además de la suficiente fortaleza, nos
ayudó mucho para que el agua no se lleve a ninguno de los más menudos, entre
los que me encuentro. Después, el camino empezó a estirarse a medida que la
lluvia ganaba la partida al sol y los cruces del rio ya no eran recuperación
para los músculos sino inicio de temblores y origen de maldiciones e insultos.
El ultimo vadeo fue con el agua por encima de la cintura y bajo la lluvia, una
vez que pasamos todos, sentados y mojados al lado del rio recibiendo la
precipitación sin protección prácticamente, decidimos que cada cual avance a la
mayor velocidad posible y que al llegar a Pirca de Polacos, donde debían haber
dejado los nueve bolsos, empezar a armar las carpas. En ese tramo nos
encontramos con Jonatán y su equipo que bajaban con las mulas vacías, charlamos
y quedamos una vez más para el 4 de febrero, grabamos un mensaje para su abuelo
y nos despedimos. Los de la avanzada se adelantaron y trabajaron duro con las
carpas, al punto que cuando llegamos los últimos estaban prácticamente todas
las carpas armadas. Como nevaba copiosamente y estábamos muy cansados y
entumecidos, nos arrojamos dentro de las bolsas de dormir, once horas de marcha
habían liquidado nuestras reservas y todo era humedad e incomodidad en ese
lugar, las circunstancias indicaban que era mejor esperar al otro día.
Amaneció en el campo base y a partir de ese momento la expedición se compuso de
varias partes, hacer comida, buscar agua, portear equipo a campos de altura,
estudiar el camino con el mapa de Santi, charlar, mandar y recibir e-mails con
el teléfono satelital, probar caminos, cargar dispositivos electrónicos con los
paneles solares, buscar un lugar en el grupo y ocuparlo, hacer guiso o tortas
fritas, celebrar la cumbre, tratar de ayudar a otros y más cosas que suceden a
un pequeño grupo de personas aisladas en medio de un valle rodeado de montañas
magnificas con un cielo que se repartía entre estrellas de película, nubes
amenazantes, soles radiantes y algo así como una nebulosa que no era nada más
que lo que cada uno podía imaginar a través del filtro de sus expectativas y el
humo de su propio infierno ardiente. Entre las carpas y el arroyo, una tarde,
excavé para dibujar una chacana en el piso, la cruz de los inkas que contiene
un mensaje sobre la interesante cosmovisión de los antiguos y sirve para aplacar
la corriente de emociones que uno experimenta en esas regiones, la sensación
que se apodera de uno cuando el corazón pide ayuda a la mente para sortear el
angosto paso hacia la montaña, porque somos aficionados y la montaña es un
lugar que visitamos de vez en cuando, nuestras vidas son urbanas, es allí donde
estamos mejor adaptados, por eso intuimos que para conseguir pasar es menester
desprenderse de muchas cosas para no quedar enredado en el marco solido de ese
pequeño portal que abre paso a lo grande de verdad, a lo inmenso, a las laderas
poco recorridas de la pirámide somital de nuestra propia montaña, a nuestro ser
desnudo frente a nosotros que luce tan distinguido que justifica la angustia.
Un día juntamos equipo, comida y combustible y nos fuimos para arriba, Roberto,
un viejo amigo montañero que ya estaba instalado en Pirca de Polacos cuando
llegamos, nos avisó por radio que las huellas estaban borradas y que había que
estar atento con el camino, por suerte lo dijo, lo recordé cuando estábamos en
una pendiente muy fuerte, con material inestable y un arroyo a unos doscientos
o trescientos metros más abajo donde terminar una buena caída, se puso
interesante salir de aquel lugar, pero pasamos bien, no era para tanto y con el
mapa nos reorganizamos y alcanzamos un sendero medio marcado en el suelo rojo y
poco transitado del camino al Alma Negra. Llegamos a un lugar que equivalía a
no llegar a ningún lado, solo que estaba bastante más elevado que el campo
base, dejamos unos bolsos con cosas y volvimos muy conformes a la pirca de
Polacos donde nos esperaba la carpa de campo base, bastante confortable donde
entrabamos los diez para compartir mate, comida, charlas y planes. A mí me toca
muchas veces el papel de líder de las expediciones, por viejo, pero me gusta
que el trabajo lo hagan los demás, en este caso de a poco fueron tomando
responsabilidades aunque la horizontalidad prevaleció cosa que me gusta mucho.
Los primeros días tuvieron mañanas bastante agradables aunque pasado el medio
día no faltaba el viento y una nevada muy sutil al caer la tarde, nos pudimos
bañar en el arroyo sin temblar mucho y así, bien limpios, una mañana cargamos
todo, carpas incluidas y nos fuimos al campo alto, dejando la carpa grande con
la comida, ropa, los buenos vinos que nos había regalado Héctor, mi vecino, por
ejemplo y algunas otras cosas.
En el campamento de altura tuvimos bastante trabajo construyendo las
plataformas para las cuatro carpas que nos quedaban porque Jorge, con alguna
jaqueca y malestar había decidido volver al campo base. No nos pareció tan alto
cuando nos acomodamos allí y conseguimos descansar, tomar unas bebidas
preparadas con agua con tierra de un arroyo glaciar y compartir nuestras
preocupaciones por la nueva situación de Jorge en el campo base, solo, lejos de
nosotros con todas las botellas de vino, el whisky, la carne y todas las latas
de durazno y ananá al natural, ciertamente yo no confiaba en su autocontrol y
temía por esas raciones de confort. Al otro día, después de desayunar,
continuamos subiendo todo el valle que está custodiado por unos glaciares muy
bonitos del lado oeste, al final de ese valle la pendiente se inclina para
alcanzar el collado entre La Ramada y el Al Negra, un acarreo bastante odioso
que ascendimos hasta unos 5300 m.s.n.m. donde la nevada nos obligó a dejar la
carga que llevábamos y continuamos unos metros tratando de encontrar las
plataformas que habíamos construido en 2013 con Laura, Gabriel, José Perotto y
unos chicos que conocimos allí, simpáticos y fuertes a los que se llevó la
montaña en la temporada siguiente en el Chacraraju de la Cordillera Blanca. No
encontramos las plataformas y desde allí vimos el campamento de Roberto y sus
tres amigos, estaban bajo una rocas en dirección a la cumbre del Alma Negra,
hablamos por radio y nos contó que desde ese lugar hacia arriba habían
encontrado tierra congelada difícil de transitar por lo que estaban evaluando
bajar al otro día y dar por concluida su actividad.
Bajamos y llegamos mojados al campo que denominamos “uno”, descansamos y
conversamos la necesidad de cambiar de planes debido a la información
suministrada por Roberto y a lo que habíamos observado, sobre todo la cantidad
de nieve acumulada por encima de los 5500 m.s.n.m. Mientras juntábamos agua que
a primera hora corría clara y transparente, sugerí un plan que sintetizaba las
ideas de mis camaradas que habían opinado bastante sobre el tema, en este caso
ya contenía la posibilidad de ceder al intento a la Mesa, cuya cumbre está
unida a la del Alma negra por un filo de seis kilómetros de extensión que no
baja de los seis mil metros. Expuse lo que me parecía más lógico: trasladarnos
al fondo del valle y acampar en el último lugar llano a unos 4900 m.s.n.m. lo
cual es bastante bajo pensando que la cumbre se encuentra a los 6100 metros, lo
que sin ser un matemático da un desnivel de 1200 metros, sin dificultades
técnicas, excepto la demanda física por el hecho de estar a medias aclimatados,
la idea fue aceptada por varias razones, salir con la primera luz para ascender
el acarreo hasta el collado con la tierra congelada lo que aceleraría el paso y
que la radiación solar ablande un poco la sección de tierra por encima del
campamento de Roberto para que esté un poco mas transitable, desde luego
debíamos confiar en nuestra condición física para concretar el ascenso en un
tiempo razonable. A este altura la expedición planificada en varios equipos
independientes se había convertido en un solo grupo, esto por un lado no me
gustaba mucho, cocinar, descansar, avanzar es más complejo en grupos numerosos,
hacer un guiso para tres es una cosa y para diez completamente diferente cuando
tenes ollas chiquitas y calentadores de montaña, aunque había un factor
atenuante, veníamos de pasarlo bastante mal como un porcentaje elevado de la
población, ya dedique un párrafo a las peripecias de la cuarentena y lo que
sigue aun hoy con las medidas de gestión de la pandemia, necesitábamos un poco
de camaradería un poco de humanidad y lo estábamos haciendo muy bien, mientras
compartíamos las tareas de cocina y luego trabajando en conjunto para cuidar
nuestras carpas, compartir en 3D, disfrutar las relaciones analógicas por unos
días, volver en el tiempo gracias a la magia de la montaña, no me gustan mucho
las expediciones de amigos, ni los grupos tan grandes pero esta vez el balance
fue a favor de lo vivido, la armonía del equipo fluyó pensando en el objetivo y
en el respeto a las diferencias que hacen al ser humano único e irrepetible. También
me acordé de algún paso equivocado, mirando la sur del Mercedario vino a mi
mente un recuerdo que me avergüenza bastante, allí en un intento en el año 1991
me porté muy mal con Ernesto Maletti, lo increpé y humillé porque yo era un
arrogante, rudo y estúpido joven montañero, todo había empezado en un sueño y
se convirtió en algo de lo que me arrepentiría para siempre.
Después de un desayuno extenso y copioso salimos para el campamento 1,5 ese que
habíamos planeado como alternativa, a medio camino cruzamos a Roberto y sus
amigos que volvían, nos prometimos mantener las tres comunicaciones diarias un
día más por lo menos. Como el lugar estaba cerca estuvimos temprano con las
carpas armadas y no hizo falta trabajar con la pala y la azada que habíamos
llevado porque el lugar era llano. Tomamos toda clase de infusiones y revisamos
los pronósticos que Laura y Pablo nos mandaban desde Neuquén vía satélite,
esperando un milagro y que no se cumpliera lo que nos habían anunciado un día
antes. Todo mal con el clima, nos enteramos que teníamos una ventana de pocas
horas y que el 23 a las 18 horas ingresaría una tormenta de mayores
proporciones que las nevadas que nos acompañaban a diario. Ante eso la
velocidad era la herramienta imprescindible pero sin aclimatación se iba a
poner difícil. Nos acostamos temprano y pusimos los despertadores a las 4 para
salir con la primera luz.
Desayunar temprano con frio es la marca de un día
de cumbre, en otros lugares y otras situaciones esto se hace a la una de la
mañana o antes. Empezamos a caminar los nueve, el transito hasta el punto donde
estaba el porteo fue rápido, el suelo congelado, según lo previsto posibilitó
un buen paso y no muy agotador, en ese lugar recogimos algunas cosas, ropa,
comida y algunas antiparras. Allí, Eugenia que había dado muestras de fortaleza
y capacidad de asimilar el dolor de manera notable, porque venía muy dolorida
por unas ampollas de colección que tenía en sus talones, decidió cancelar el
ascenso y Angelito decidió en igual sentido. Nos despedimos sin mucho protocolo
y continuamos caminando al máximo ritmo posible, Juli seguía mis pasos y la
verdad es que me dio pena que se quede su mamá, Euge. Nos detuvimos en una
repisa grande con muchas lajas dispersas en el piso, desde allí se veía el
Aconcagua, el Cuerno, el Tupungato, el Juncal y otras montañas que no pude
identificar o que no tengo ni idea como se llaman. Pasamos la sección de tierra
y escombro a buen tranco no nos resultó difícil, lo hicimos sin crampones, eso
sin dudas ayudó. Luego alcanzamos unas torres de tierra y piedras incrustadas
muy bellas que pueblan las laderas de esas montañas y allí comenzaba la nieve
que a esa hora, como las siete de la mañana estaba congelada. Nos pusimos los
crampones y sacamos las piquetas y sin descanso seguimos hacia arriba. En esa
sección nos turnamos, pero no mucho, en la apertura de la huella Emir un rato,
yo otro rato y Santi, claramente el más fuerte de la expe abrió la mayor parte
en la nieve profunda y blanda. Aun con el sacrificio de hundirse una y otra
vez, especulaba con ir también a la Mesa. Largo, extenso, abrumador y
extenuante camino a la cumbre, no tuvimos problemas con la altura, solo una
caída importante del rendimiento físico, a penas alcanzábamos los 200 m/h de
tasa de ascenso, al principio. El viento arrastraba nieve sobre la superficie y
las partículas congeladas golpeaban la cara con cierta violencia, era evidente
que la tormenta se adelantaría unas horas. Comiendo caramelos y fruta seca,
conversando lo mínimo indispensable, seguimos, en un momento nos detuvimos en
la ante cumbre bajo una piedra inclinada, nos juntamos todos, Pocho, Sandra,
Lea, Juli, Santi, Emir, Santi y yo los siete que habíamos continuado hacía unas
horas. Caminamos los últimos metros grabamos videos con los celulares y yo con
las cámaras, había hecho todo el recorrido con dos cámaras una de video mediana
y una de esas subjetivas, cada vez que me detenía a hacer una toma me quedaba
atrás y tenía que acelerar el paso para alcanzar por lo menos al último, pero
los videos están buenos y de a poco vamos editando secciones de esa experiencia
de verano.
Celebramos, aunque esa cumbre tenía todo el aspecto de ser el fin de la expe,
las nubes se apuraban a golpear contra los filos y el gran valle que separa ese
cordón del Aconcagua estaba oscuro y desde luego no se veía mucho, a la mañana
temprano habíamos visto la norte del Aconcagua muy nevado y solitario porque
sabíamos que allí no había gente, algo casi increíble. Comimos algunas frutas y
unas galletitas y a las 15 horas empezamos a bajar cuando el viento empujaba
con ganas y el sol ya había quedado detrás de las nubes cada vez más negras.
El descenso siempre es lindo cuando se ha alcanzado el objetivo, sino es un
poco amargo por más que digamos a otros y a nosotros mismos cosas que ayuden a
convencernos del valor de la experiencia, los aprendizajes y la Virgen de la
Teta Reina. Uno va a subir las montañas, ese es el sentido de este deporte si
se lo considera deporte, claro que la ecuación éxito derrota es más o menos
cincuenta y cincuenta, porque son muchos los factores que se interponen entre
lo que queremos que sea y lo que objetivamente es. Pasamos otra vez por el
depósito de equipo y juntamos todo lo que había quedado allí, eso puso un poco
de peso en las mochilas y a las 19 horas llegamos al campamento donde Euge y
Angelito nos esperaban con una picada, mate, café y postre. Como nevaba
copiosamente tuvimos que acomodarnos cada equipo en su carpa, cenar y dormirnos
con el apacible sonido de los copos de nieve golpeando las telas, esa
extremadamente fina capa que nos separa de la intemperie. Cerré los ojos y me
invadió una sensación de confort muy agradable, aun saboreaba el ultimo café y
pensaba que otra vez estaba haciendo una de las cosas que más me gusta, contra
muchos pronósticos estaba acostado sobre un glaciar, al lado de una laguna
milenaria, con la clase de gente que suma o quizás multiplica mi experiencia
vital y me dormí profundamente a prueba de terremotos como es mi costumbre.
La charla del desayuno giró en torno a la forma en que subiríamos La Ramada si
el clima lo permitía, no lo definimos porque nevaba y teníamos que desarmar,
cargar y trasladarnos al campo base. La profundidad del valle había impedido
las comunicaciones vía VHF con Jorge, las opiniones variaban desde que se había
vuelto hasta que se había tomado y comido todo, pero Roberto que había bajado
dos días antes y se pudo comunicar con nosotros en unos horarios que habíamos
acordado desde el primer momento en que nos saludamos después de muchos años de
no vernos, nos dio la noticia que estaba en el base, pero sin detallas del
estado de los suministros. Bajamos a buen ritmo por el enredado terreno que
sube y baja y dobla y redobla, mirábamos con atención el sendero que se dirigía
a La Ramada y en la zona donde pensábamos que debería estar vimos una
expedición muy numerosa que luego supimos que se trataba de una empresa de
turismo activo con sus clientes, nos alegramos porque nos vendría bien que
marquen el camino.
En el base nos reunimos con Jorge, se había comportando de manera heroica,
apenas había comido, no había tomado otra cosa que agua con juguitos de esos en
polvo, me cerró la boca con su impecable conducta, “el ladrón cree que todos
son de su misma condición” dice el dicho y mis hábitos carroñeros impregnaron
mis prejuicios. Nos reímos bastante, somos viejos amigos y no hay secretos
entre nosotros, unos viejos hijos de perro.
Los pronósticos del tiempo seguían a la baja, además no había que ser demasiado
imaginativo para ver lo que estaba pasando, el viento empujaba y rompía las
carpas, ya no había sol para cargar los celulares y cámaras con los paneles
solares y solo los más esquimales seguidores de Win Hoff se bañaron. Entre
mates, juegos de azar cosa que no me atrae mucho, por viejo mañoso nomas,
galletitas y café irlandés escuchamos pasos fuera de la carpa, en los momentos
en el viento dejaba de hacer su insoportable tarea de golpear las carpas. En un
momento escuchamos pasos y algunos salieron, pensamos que se trataba de los que
estaban arriba en la Ramada ya que no teníamos noticias porque no estábamos
comunicados con ellos. Pero no, eran dos chicas muy jovencitas, las
sanjuaniñas; Aldana y Rafaella que llegaron para poner optimismo en mi
permanente padecimiento que tan poca gente joven se interesa por las
expediciones en estos tiempos, algunos salieron y colaboraron para armar la
carpa que estaba mojada porque los cruces del río las habían puesto bajo agua,
después de una noche allí, nos visitaron, compartimos un rato en nuestra carpa
de campo base, sorprendidas de cuanta gente podía estar allí adentro, no era un
domo claramente, también intercambiamos frecuencias de radio y nos pusimos de
acuerdo en horarios, les comentamos lo que habíamos hecho en el Alma Negra y
una tarde se fueron, se las veía fornidas, llenas de ese brillo que nos es
otorgado por poco tiempo, esa fuerza que proyectamos cuando somos jóvenes. Les
dimos nuestros buenos deseos les ofrecimos algo que necesitaran, habían llegado
sin mulas ni nada, un merito admirable, se fueron y el mal tiempo seguía y las
comunicaciones desde el campo 1,5 eran infructuosas, lo sabíamos. Siempre
pensamos que estarían bien.
Hicimos un nuevo plan: un pegue desde el base a la cumbre de la ramada, si el
clima nos daba la oportunidad. Los pronósticos climáticos empeoraron y los 2800
metros de desnivel requerían, al menos, empezar con buen tiempo. Se puso tan
feo y los reportes fueron tan pesimistas que llegamos al punto que decidir
evacuar el campo base cuanto antes, le habíamos pedido a Jonatán que estuviese
con las mulas el 4 de febrero, lo llamé varias veces y nada, le pedí a Pablo
que estaba en Neuquén y a Laura que estaba escalando el Arenales que se
comuniquen con él, finalmente el 30 la llamó a Laura a las 4 de la mañana,
cuando ella estaba segura que íbamos a tener que bajar con todo sobre nuestras
espaldas, cosa que efectivamente íbamos a hacer si no dábamos con Jonatán. Me
avisó y el otro día a primera hora lo llamé y pude hablar cuando él que ya
estaba partiendo hacia Santa Ana con los animales para buscarnos, el mejor
servicio, sin rezongos ni cuestionamientos subió con las mulas a sabiendas que
por algo lo habíamos llamado.
Durante la noche el viento cambió y empezó a soplar desde el este con unas
ráfagas muy intensas que rompieron un parante de la carpa grande, indicios
claros que debíamos volver. Nos levantamos bajo una copiosa nevada y una
pequeña capa cubriendo el piso, las carpas y las piedras, mientras
desayunábamos les llevamos algunas cosas al depósito de las chicas para que
tuvieran algo más de comida a su regreso, esperando que les hayan servido las
pocas cosa que dejamos porque no nos estaba sobrando mucho que digamos.
Acomodamos los bolsos con la carga que ya estaban casi listos solo les faltaban
las carpas y los dejamos junto a una roca para que posteriormente Jonatán los
cargara en las mulas porque no sabíamos si llegaría ese o al otro día.
Empezamos a caminar y pasado más de una hora encontramos las mulas y a Jonatán,
charlamos acerca de la carga y nos despedimos, nosotros seguimos a pie y con
alguna dificultad porque a pesar de haber dejado unos ciento cincuenta kilos de
carga, nuestras mochilas estaban ligeramente pesadas. Cruces del río y paso por
algunos riscos para evitar mojarnos otra vez fuimos perdiendo altura, nos
cruzamos un grupo de mulas y caballos que iban a buscar a otra expedición y al
mirar al frete ya había cambiando el panorama, las montañas habían cedido paso
a cerros más redondeados en el horizonte y en un momento, estando bastante
alto, vimos pasar las mulas con nuestras carga por la costa del rio. Seguimos
hasta que en un alambrado nos detuvimos y decidimos comer unas galletitas y
descansar un poco, caía la tarde y llovía por momentos, unas gotas grandes y
esparramadas golpeaban con fuerza la cara o se colaban por el cuello, nos
cobijamos en una especie de cueva para estar más cómodos, además de tomar jugo
charlamos, nos preguntábamos Emir que se había adelantado hacia mucho rato,
concluimos que estaríamos a unos noventa minutos de Santa Ana, nos pareció
buena idea hacer un vivac en algún lugar un poco más abajo, pasar la noche y
acercarnos al otro día al puesto de Gendarmería para pagar a Jonatán, recoger
nuestro equipo, encender los coches, cruzar el temido vado y viajar urgente a
Mendoza.
La idea del vivac respondía a nuestras ganas de pasar una noche juntos,
seguramente la ultima en mucho tiempo, es difícil coincidir en varios viajes,
todos los de la expe tenemos trabajos, oficios, profesiones, responsabilidades,
negocios y compromisos variados, coincidimos en el gusto por las expediciones,
pero volver a juntarnos todos sería difícil. Encontramos un lugar al lado de
unas plantas y cerca del rio, algo protegido del viento que había tomado la
posta a la lluvia y se estaba llevando las nubes. Tomamos un café y comimos
chocolate, no nos quedaba mucha comida en ese momento, dormimos apretados y el
viento cedió paso a una calma alarmante solo interrumpida por la campana de una
yegua madrina que pastaba con otros equinos en las cercanías. Al amanecer
confirmamos que había valido la pena esa elección y desayunamos bajo el sol que
anunciaba un gran día, un poco arrepentido por haber adelantado la salida del
valle ya que con ese sol podíamos haber hecho el pegue a La Ramada, pero ya
estábamos allí y seguramente nuestro equipo en Santa Ana así que ya no había
vuelta atrás.
Terminamos de tomar unas tazas de café y comer lo que quedaba con la sensación
de estar dejando atrás una tiempo maravilloso, yo particularmente llevo una
gran vida y mis tareas cotidianas me gustan mucho, no están ausentes
enfrentamientos y confrontaciones pero me gusta pelear, ni algunos fracasos y
desilusiones, pero así funciona la vida, me expulsaron de chico del Club de las
Ideas Bonitas, ese espacio para espíritus ingenuos inspirado en los Pitufos.
Creo que a los otros nueve sienten parecido pero no puedo escribir por ellos.
Aunque estar de expedición es diferente, es un estado del cuerpo y la mente
distinto, los sentidos operando a su mayor capacidad hacen que percibamos el mundo
de manera distinguida y que nuestra forma de relacionarnos con los demás
también se vea alterada positivamente. Soy consciente y no siento ninguna
culpa, que todo ese campo de sensaciones se sostiene en una existencia burguesa
de bastante abundancia, sino seguramente no sería tan lindo, porque sabemos que
volvemos a casas confortables, a estados financieros controlados, a relaciones
sociales y familiares edificantes. Experimentamos y asimilamos sin apremios ni
ansiedades, lo que claramente es una pérdida de tiempo importante.
Buscamos un sendero en el valle reseco que da marco a los álamos del puesto,
nos quedaba un cruce de rio a pie y lo hicimos sin problemas, en las montañas
distantes ya se veía una formación bastante intimidante de nubes, también
tranquilizadoras para mis especulaciones. Seguimos entre plantas espinudas y
piedras multiformes. Un olor apestoso nos puso en alerta y de inmediato el
cadáver de un caballo, muerto recientemente porque no estaba cuando subimos,
tenía una fractura en una pata delantera que estaba hinchada y un poco
desviada, supuse que lo habían tenido que sacrificar, hasta le miré la cabeza
buscado un disparo, me fui enseguida, dan pena estas cosas, pero son cosas que
pasan, sin más reflexiones seguí mi camino.
A la sombra nos recibieron los Gendarmes y Emir que no se había quedado a
vivaquear y había cenado y dormido en esas instalaciones donde los gendarmes
dieron pruebas efectivas de su hospitalidad. Las cargas estaban ordenadas al
lado de los vehículos, lo busqué a Jonatán le pagué, todo estaba bien excepto
un macho que se lastimó bastante una pata, me acordé del caballo sacrificado un
kilómetro río arriba, pero no era para tanto, aun así deberían llevarlo en un
carro con la camioneta porque necesitaba atención y aun quedaban unos 30
kilómetros hasta Barreal. Los animales sufren mucho para complacer nuestros caprichos,
en Aconcagua y otros lugares es común verlos heridos o muertos al lado de los
senderos, lugares en los que las personas también nos lastimamos o morimos.
Nadie busca el mal de los animales, los arrieros los cuidan entre otra cosa
porque son su capital de trabajo pero a veces las cosas salen mal. A medida que
la tecnología avanza vamos perdiendo el contacto con el ganado al cual estamos
relacionados desde hace miles de años.
Cargamos, nos despedimos y nos pusimos con la trompa de la RAV una vez más
frente al río Colorado, esta vez el caudal era más importante y si bien, como
dije, no se mucho de esos trámites sé muy bien que lo peor que puede pasar es
que el coche se detenga en el medio del cauce. Lo vi fiero, acelere en “L” y
entramos al agua enérgicamente, se agitó, corcoveó lindo, crujió y se sintieron
fuertes impactos en los bajos, aguantó, tocamos tierra seca otra vez, Euge
palideció yo me sentía un poco culpable, hice mi máximo esfuerzo. Nada se
rompió y desde ese momento hasta hoy todo ha sido continuar con nuestras vidas,
esos hechos memorables son un recuerdo, otra temporada, otras montañas, otros
vados, otras nieves, posiblemente otras personas y haremos lo que más nos gusta
hacer, practicar el absurdo placer de ir de expedición.
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